miércoles, 14 de mayo de 2008

et erit unum Ovile et unus Pastor

¡CHILE, ANNUIT COEPTIS!



¿Quién fue Enodio Papía (o Papiá) ? Es probable que muy pocos, entre los lectores, hayan escuchado algo sobre este singular personaje que vivió en el siglo XVIII. Contemporáneo del sacerdote jesuita chileno Manuel Lacunza y Díaz, Enodio Papiá fue un italiano conocido por algunos de sus escritos relativos al Milenarismo, cuya máxima obra publicada se tituló “La Segunda Época de la Iglesia”, y cuyo tema central fue intentar demostrar, por medio de las Sagradas Escrituras, que el Mesías debía venir tres veces a la Tierra, habiéndose cumplido sólo su primera Venida en el momento en que el Verbo Encarna. Otro de los aspectos que Enodio Papiá intentó esclarecer fue el “nudo sagrado e indisoluble”, como se decía, del Capítulo XX del Apocalipsis; aunque muchas de sus ideas publicadas, dicen algunos historiadores y filósofos del siglo XVIII, habían sido tomadas de la obra “de Regno Christi in Terris consumato”, publicado a mediados del siglo anterior por el coadjutor portugués jesuita Antonio Vieira.


La importancia de Papiá no ocurre, no obstante, con motivo de sus escritos directos, cuyos análisis escatológicos no pasaban de ser meras suposiciones, sino que vienen a ser conocidos a raíz de que se filtraran, alrededor del año 1780, hacia Europa, parte de los documentos que el jesuita chileno Manuel Lacunza preparara a sus superiores teólogos respecto de una crítica qué él mismo había solicitado al Vaticano, y evitar así cualquier herejía que pudiese complicar a su Orden Religiosa. En efecto, antes del año 1790, cuando el padre Lacunza termina propiamente su magna obra de casi dos mil trescientas páginas, separadas en tres tomos, algunos teólogos inescrupulosos y otros bien intencionados, aunque ingenuos, sin consultar ni pedir permiso al autor, sustraen varios borradores con errores o con apenas esbozos de ideas teológicas sin mayor revisión, y los envían a Europa donde son publicados, dañando fuertemente la imagen del sacerdote. Incluso, tal como luego se descubre, aún los propios manuscritos originales fueron, a propósito, alterados en varios textos o suprimidas ciertas citas importantísimas, a tal punto que las versiones ilustradas que fueron publicadas en 1812 y luego en 1820, contenían tal cantidad de errores e imprecisiones que el propio Sumo Pontífice envía una copia al padre de Chamrobert para que analice y juzgue el contenido de la obra. La obra con mejoras y correcciones, teniendo a la vista la mayoría de los manuscritos originales, es publicada el año 1825 con autorización papal en París, en idioma español, por Librería de Parmantier, calle Douphine Nº 12; y al año siguiente es publicada, por vez primera en idioma inglés, en Inglaterra por el Arzobispo de Escocia.


El Padre Calificador, miembro del M.R.P.F Calificador del Santo Oficio, luego de leer “La venida del Mesías en Gloria y Majestad”, escrita por el padre Manuel Lacunza bajo el seudónimo de Juan Josafat Ben-Ezra, judío converso, escribe al Santo Padre que cuando esta obra sale a la luz pública, ésta aparece con faltas e incorrecciones, indicando que alguien había trastornado el texto y las citas originales. En efecto, el Padre Calificador escribe: “debo a advertir a Su Santidad, por lo perteneciente al ejemplar que me ha entregado, está lleno de yerros tanto en el texto como en las citas; y aunque largos meses me ha tomado enmendar los escritos teniendo a la vista los documentos originales, aún faltan muchas citas y textos que corregir, lo cual es imposible hacer con toda prolijidad, a no ser que tengamos los manuscritos exactos antes de ir a la imprenta. Por todo esto, juzgo que se puede y aún se debe permitir su impresión, teniendo en cuenta la anterior advertencia. Esto debe tenerse en cuenta si Vuestra Santidad permite que la obra se de a conocer, pues es materia de tanta importancia, que cualquier yerro puede dañar mucho. Este es mi dictamen, salvo meliori”.


De esta forma, y ante la numerosa crítica que se hace sobre la obra, que aunque son pocos en número, fueron muchos en influencia, la mayoría de las personas en lugar de leer las más de dos mil páginas de la obra de Lacunza, se vuelcan a leer los resúmenes y seudo interpretaciones que se hacen de sus escritos, quedando consignado Lacunza como una burda copia del libro “La Segunda Época de la Iglesia” del escritor italiano Enodio Papiá. De hecho, las ideas de Manuel Lacunza fueron consideradas heréticas por la gran mayoría de las personas católicas y cristianas, y aún desde el interior del Seno de la Madre Iglesia, aunque esta última nunca acusó de herético estos escritos, tal como antes ya se mencionó el Dictamen del M.R.P.F calificador del Santo Oficio. En otras palabras, sólo aquellos pocos que lograron obtener una copia de la obra “la Venida del Mesías en Gloria y Majestad” lograron comprender, o más bien creyeron comprender, el verdadero significado del texto entregado por Lacunza, en tanto los demás calificaron y juzgaron su obra sin haberla leído.


Cuando a fines del siglo XVIII la crítica atacaba duramente sus textos como copia de la obra de Papiá, el propio Manuel Lacunza, bajo el seudónimo de Juan Josafat Ben-Ezra, escribe: “muchos de quienes me critican no han leído ni la una ni al otra obra, sino que hablan al aire y se meten a juzgar, non rectum judicium, sin conocimiento alguno de causa. Yo disconvengo en casi todo lo que expone Enodio Papiá, aunque convengo en su intento audaz de esclarecer el nudo sagrado e indisoluble del capítulo XX del Apocalipsis. La obra de Papiá, que no comparto en absoluto, tiene un sistema similar al de la obra del sabio jesuita Antonio Vieira”.


Cuando el sacerdote Manuel Lacunza y Díaz termina su obra en el año 1790, con todas las correcciones y luego de haber solicitado ayuda y consejo no sólo de sus superiores, sino de los más prominentes teólogos tanto particulares como del Vaticano, finalmente envía una copia íntegra de su monumental obra a personal de la Santa Sede y dice: “ahora me sujeto al juicio de la Iglesia, cujus est judicare de vero sensu Scripturarum Sanctarum; y al juicio de los doctores particulares también me sujeto, después que haya oído sus razones”.


Dentro de la Iglesia Católica existieron prominentes doctores que se tomaron el trabajo de leer cuidadosamente “la Venida del Mesías en Gloria y Majestad” y vieron en la obra un intento por hacer ver a los judíos que la verdadera salvación no está siguiendo a los Rabinos ni a sus “Doctores de la Ley” de Israel, sino abrazando e ingresando al Seno de la Santa Iglesia Católica. Para muchos teólogos de la Santa Sede la obra de Lacunza no trata de buscar la sustancia del dogma, pues ya se conoce, se cree y ha sido confesada, expresa y públicamente por la Iglesia Católica; sino que el libro trata de buscar en las escrituras algunas cosas accidentales, cuya noticia cierta y segura, aunque no es absolutamente necesaria para la salud de alma, puede ser de suma importancia, no sólo para los católicos y cristianos “sino quizá mucho más para los míseros judíos que siguen esperando a su Mesías”.


Lacunza escribe: “No deseo cambiar los estudios de los doctores eclesiásticos de antaño, sino que propongo otro sistema. De este modo han procedido desde hace más de un siglo nuestros Físicos en el estudio de la Naturaleza, y vosotros no ignoráis lo que por este medio ellos han adelantado”. El sacerdote, así, divide la obra en tres grandes partes que denomina: Preparar, Sembrar y Recoger.


LA CONVERSIÓN DEL PUEBLO DE ISRAEL AL CATOLICISMO


Una de las decisiones más extrañas de la obra del sacerdote jesuita chileno es, ¿por qué Manuel Lacunza escribe, o decide escribir, con el seudónimo de un judío converso?


Al leer las primeras cien páginas de la obra “la Venida del Mesías en Gloria y Majestad”, es posible quizá atisbar su intención. Un seguidor y estudioso de Cristo, nosotros lo llamaríamos, Cristófilo; y es precisamente un sacerdote con este “nombre” a quien el “judío converso” Ben-Ezra escribe, indicando además que es el propio padre Cristófilo quien le impone la orden de escribir un libro que explique a los judíos cómo abandonar las enseñanzas de sus Rabinos para luego verterse a las creencias de la Iglesia Católica, la cual se convertirá en el Nuevo Imperio, el que se originará donde la Roca de Origen Desconocido toque suavemente los pies de barro del Imperio Anterior, que proviene desde los tiempos de los Caldeos, y cuya descripción corresponde a la interpretación del Profeta Daniel respecto del sueño que el Rey Nabucodonosor tuvo.


Juan Josafat Ben-Ezra comienza entonces su libro con un llamado de atención y una fuerte crítica hacia todos los “doctores de la ley” y jefes del Sanedrían del pasado y del presente, quienes en lugar de leer e interpretar correctamente las Sagradas Escrituras, las alteraron y las modificaron para evitar que “las ovejas judías” sigan al Buen Pastor, que no es otro que el propio Cristo Jesús, nacido de María Virgen y Madre. “El Verbo se encarnó y se hizo Hombre, y habitó entre nosotros” es para la obra de Manuel Lacunza una pieza importante que demuestra al Pueblo de Israel que Jesucristo es el verdadero y único Mesías, y que cualquier otro posterior esperado, no es más que un ladrón o asesino que no “entra por la Puerta” del redil.


El judío converso Ben-Ezra continúa con su crítica a los dirigentes del Pueblo de Israel diciéndoles que el Altísimo les había otorgado la llave de la Ciencia para que abrieran la Puerta, pero que ellos decidieron manipular al mísero pueblo para su propio beneficio, y de este modo ni ellos, los doctores, entraron, ni dejaron ingresar a los demás: “Vae vobis legisperitis, quia tilistis Claven Scientiae; ipsi non introistis, et eos qui introibant prohibuistis”.


Pero Ben-Ezra profetiza que el Reino de Israel volverá sobre sus pasos y cogerá los tiernos brazos que le extenderá la Iglesia Católica, cumpliéndose la Profecía que versa así: “quia cecitas ex parte contingit in Israel, donec plenitudo gentium intraret, et sic omnis Israel salvus fieret; et erit unum ovile et unus Pastor”.


Aunque en los próximos artículos buscaré desarrollar más estas ideas, termino sólo con estas palabras:


¿Numquid potest caecus caecum ducere? ¿Nonne ambo in foveam cadunt?


(Continuará)